miércoles, 17 de noviembre de 2010

Uchiha Artheus: El comienzo


Prólogo

Hace ya años que la “traición” cometida por Uchiha Itachi fue pagada con la desaparición casi total del clan Uchiha.

Logramos sobrevivir a todas las dificultades que se nos ponían por delante y poco a poco nuestro linaje pervivió, volviéndose nuevamente poderoso y eso es lo que las Villas Ocultas temían.

En cuanto vieron que nuestro número comenzó a aumentar, se nos volvió a inculpar de los errores cometidos en el pasado obligándonos a salir de la tierra que llamábamos hogar teniendo que cambiar de lugar.

Esta no es solo mi historia sino también la de todo el clan Uchiha y cómo logramos encontrar la paz en la Villa de la Roca la cual nos acogió con amabilidad, sin resentimientos ni rencores.

Esta es la historia de cómo un clan pasó a formar parte de la vida de la Villa de la Roca… Esta es la historia de cómo yo, Uchiha Artheus, me convertí en el nuevo Tsuchikage después de las guerras que habían asolado nuestra amada nación.


CAPÍTULO PRIMERO: EL DESTIERRO.

Corrían tiempos difíciles para los Uchiha puesto que habíamos sido minados de una forma brutal y demencial pero aún así, lográbamos mantenernos firmes y pelear por lo nuestro, por lo que queríamos puesto que no queríamos repetir los errores del pasado y para ello nos ofrecimos nuevamente para apoyar en esta guerra sin cuartel.

No conocíamos aliados, no conocíamos bandos…simplemente nos colocábamos del lado del mejor postor pero al ver que nuestras facciones crecían nuevamente y nos volvíamos poderosos, no dudaron en minar, de forma disimulada y por medio de crueles acciones, nuestro clan, obligándonos a partir y dejar atrás todo cuanto queríamos.

Todo comenzó así:

Volvía a mi casa cogido de la mano de mi padre y de mi madre después de haber dado un agradable paseo por el bosquecillo cercano a nuestro poblado. En esos momentos volvíamos a estar de parte de Konoha pero no nos permitían entrar entre sus murallas por lo que decidimos construir una pequeño poblado a unos kilómetros de la Villa por si nos necesitaban poder ir al instante.

Habíamos pasado el día tranquilamente junto al lago y mi padre me intentaba enseñar las técnicas básicas de los Uchiha tales como el Fuuma Shuriken o la técnica ígnea Katon Hosenka No Jutsu mediante la cual mi padre disparaba una serie de bolas de fuego que impactaban con mortífera precisión en los lugares que él antes me había señalado.

Mi madre por su parte descansaba tranquilamente a la sombra de un árbol viéndonos entrenar. Ella, por su parte me enseñaba un poco de lucha con shuriken y con kunai puesto que se había especializado en taijutsu aparte de dominar las técnicas de nuestro clan.

Yo por mi parte y a la edad de doce años, había logrado despertar mi Sharingan de un aspa mediante el cual podía aprender de forma más rápida las lecciones que mis padres me transmitían. Al principio y debido al color perlino de mis ojos se pensaban que era ciego o bien que no podría desarrollar el Sharingan pero no fue así.

Durante ese entrenamiento, había logrado aprenderme la secuencia de sellos con la que podía realizar el Hosenka No Jutsu pero a la hora de expulsar las bolas de fuego, lo único que salía era una diminuta llama que me quemaba la punta de la nariz.

Cuando llegamos los tres a casa, mi padre se marchó a cambiarse de ropa, mi madre se fue a preparar algo de comer y yo fui al baño para asearme antes de la cena.

Cuando mi madre nos llamó a mi padre y a mí para la cena, echamos a correr para ver quién ganaba a quién aunque siempre me ganaba en el último segundo alguna vez logré vencerlo.

Antes de terminar la cena, llegó un emisario de Konoha. Lo reconocí enseguida por la bandana que llevaba anudada en el brazo. La villa estaba en estado de asedio por la facción Mitsura y mis padres, al ser Shinobis experimentados debían partir de inmediato para ayudar a la que una vez fue nuestra villa que junto con el clan Senju formamos.

Con la rapidez que caracteriza a los Shinobis, mis padres se incorporaron rápidamente y en menos de diez minutos habían salido por la puerta dispuestos a proteger a una villa que les dio la espalda. Pero, aún así, corrieron a defenderla con sus vidas.

Me quedé solo, acurrucando en mí mismo y con miedo por si mis padres no volvían aunque cuando abría los ojos al día siguiente siempre estaban nuevamente conmigo, esperando a que me despertara para desayunar, siempre pasaba así… menos aquella noche.

Poco antes del amanecer, noté la presencia de alguien cercano a mi cama. Cuando abrí los ojos me encontré con que unos Shinobis de Konoha habían entrando en la casa aprovechando que mis padres no estaban y que yo me encontraba dormido. Según pude ver eran Anbu los cuales, al verme despierto, me pidieron que los acompañara hasta la aldea junto con todo mi clan.

Me vestí deprisa y seguí a los Anbu como me había pedido. Al salir de casa me fijé que todos los demás también las estaban abandonando con lo primero que se habían puesto por encima.

Alguno que otro tenía el Sharingan activado pensando que había sido un destacamento del enemigo quién los había despertado y sencillamente se habían olvidado de desactivarlo o bien se mantenían alerta.

En esos momentos pensaba que nos dejarían volver a la villa de nuevo como antaño pero al llegar a la puerta y ver a varios de los nuestros, incluidos mis padres, atados junto con Shinobis del grupo Mitsura supe que lo que nos esperaba sería mucho peor que la muerte en esos momentos.

Cuando el Hokage que en aquellos tiempos dirigía la Villa sentenció la expulsión de los Uchiha del País del Fuego por traición a la Villa de Konoha nos sentimos nuevamente abatidos y desanimados.

Tras la proclamación de la sentencia, dejaron a mis padres libres y así, con mucho pesar en nuestro corazón, abandonamos las tierras que un día fueron nuestras para, quizás, no regresar jamás mientras que la acusación proferida hacia el Clan de los Uchiha no fuera absuelta.

Antes de marcharnos y como último gesto, decidimos quemar el poblado que habíamos levantado con tanto sudor. Pero no lo hicimos con un fuego normal sino que lo hicimos con nuestras propias técnicas, las que un día sirvieron para protegernos ahora consumían lentamente nuestras casa.

Incluso yo, que apenas podía lanzar unas pequeñas bolas de fuego con el Hosekan No Jutsu, hice todo lo posible para que no quedara rastro de lo que un día fue nuestro hogar.

Así los Uchiha partíamos nuevamente de Konoha, la que había sido nuestro hogar durante un corto periodo de tiempo, hacia un horizonte nuevo e inhóspito totalmente desconocido para nosotros.

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