miércoles, 17 de noviembre de 2010

Uchiha Artheus: El comienzo (II)

CAPÍTULO SEGUNDO: UN ODIO DURADERO

Tras el destierro que sufrimos de Konoha y del País del Fuego, el Clan Uchiha vagó durante algún tiempo sin rumbo. En algunas ocasiones, pequeñas aldeas nos contrataban como mercenarios por escaso tiempo dado que eran pobres y sufrían el asedio continuo de ladrones y demás buitres carroñeros y nosotros necesitábamos el dinero para comprar alimentos y materiales para reparar y sustituir nuestros desgastados equipos.

Cuando estas pequeñas aldeas se enteraban que eramos del Clan Uchiha, nos lanzaban cualquier tipo de objeto que tuvieran delante para protegerse, temerosos del poder de nuestro Sharingan evitando así que los envolviéramos en un Genjutsu.

Así continuó nuestro arduo viaje hasta que logramos salir del País del Fuego no sin entrar, en varias ocasiones, en duras batallas contra grupos varios del Mitsura.

Una de las veces que nos detuvimos para descansar, se nos acercó el que parecía ser el alcalde de un pueblecito no muy lejano para pedirnos ayuda.

Al llegar al pueblecito, nos dimos cuenta que la gente seguía sintiendo un odio acérrimo por todo lo ocurrido en tiempos pasados sin haberse enterado que sobre nosotros pesaba una orden de destierro, culpándonos en todo momento de traición hacia la Villa que nosotros mismo habíamos creado junto con el Clan Senju de los bosques.

Todo comenzó así:

Después de una larga caminata, decidimos parar al lado de un pequeño arroyo que circulaba por allí y así poder dejar descansar a los mayores que nos acompañaban y a los enfermos.

Racionábamos las comidas al máximo dado que no sabíamos cuando podríamos reponer las existencias dando prioridad a aquellos que más lo necesitaban.

Al poco rato de estar allí acampados, algunos miembros del Clan se incorporaron sacando las armas que llevaban a mano. Unos los Fuuma Shuriken, otros los kunais e incluso vi que varios sacaban unos cuchillos ordinarios puesto que no les quedaban más kunais.

Al ver el revuelo que se había organizado, un hombre de pelo cano, encorvado y apoyado en un bastón se nos acercó temeroso al ver como habíamos reaccionado.

Cuando todos nos calmamos, escuchamos que era el alcalde de un pequeño pueblecito que lindaba con el País del Fuego y que necesitaban la ayuda de un grupo de Shinobis como nosotros. Al escuchar su petición aceptamos sin más dado que urgentemente necesitamos el dinero, ropa y comida y el anciano alcalde nos prometió que aunque no pudieran pagarnos mucho, nos darían ropa y comida para poder seguir con nuestro viaje.

Nos condujo hacia el pueblo y nos dejó que acampáramos en la plaza puesto que el número del Clan se había reducido desde que abandonamos el País del Fuego. Algunos sucumbieron a las heridas de la guerra, otros a la desnutrición, otros simplemente se marcharon de por libre.

Nos dieron instrucciones de guardar la casa del alcalde puesto que habían intentado asesinarlo en varias ocasiones y en todas ellas había logrado escapar por los pelos.

Así pues nos colocamos por turnos alrededor de la casa del alcalde para protegerlo. Cuando la luna alcanzó su cenit, escuchamos ruidos por la parte trasera de la casa (he de decir que yo me encontraba de guardia con mis padres dado que ya era lo suficientemente mayor para ser considerado un gennin experto, casi chuunin) y el destacamento apostado en esa zona no respondía a las llamadas. Un grupo encabezado por mi padre, y en el cual yo también me encontraba, nos dirigimos hacia la parte trasera de la casa.

Al llegar allí pudimos observar los cuerpos de varios Shinobis entre los cuales se encontraba la guardia que habíamos apostado en la parte trasera. Seguramente habían matado a los intrusos que había llegado por el frente pero no habían sido capaces de salir vivos de lo que parecía ser una emboscada en toda regla.

Todos los que nos encontrábamos en el grupo de mi padre activamos el Sharingan para evitar cualquier tipo de emboscada o ataque sorpresa.

Durante el tiempo que estuvimos vagando desde la expulsión de Konoha y del País del Fuego hasta que logramos salir de sus terrenos, había desarrollado la segunda aspa de mi Sharingan por el mero hecho de ejercitarlo a diario con los ejercicios impuestos por mis padres.

Ya conocía la técnica ígnea Katon: Gokakyu no Jutsu y el Hosenka No Jutsu era capaz de efectuarlo a la perfección sin quemarme (demasiado). Además era capaz de lanzar el Fuuma Shuriken no a la perfección pero al menos solía darle a quién apuntaba (al menos lo rozaba).

Mi padre nos dividió en varios grupos. Yo, evidentemente, iba con él principalmente para protegerme y porque siempre decía que un Shinobi aprende más en batalla que no delante de un libro.

Cuando llegamos a la habitación del alcalde, la encontramos totalmente revuelta y con manchas de sangre por todos lados. Habíamos llegado tarde, el alcalde estaba literalmente despedazado por toda la habitación e incluso me pareció ver algo de sus vísceras esparcidas por el techo.

Intentamos encontrar a quienes había realizado esta matanza pero no dieron señales de vida aunque en esos momentos suponíamos que se trataba de la facción más radical del movimiento Mitsura.

Así pues, salimos del interior de la casa del alcalde. Yo, blanco como la cera, vomité de espanto y terror ante lo ocurrido y entonces me di cuenta de la verdad que ocultaban las palabras de mi padre: “Nunca aprenderás lo que es la guerra hasta que estás en ella”.

Cuando nos quisimos dar cuenta, todos los habitantes del pueblo se habían echado a las calles con objetos que pudieran dañar a quien se había infiltrado en la casa del alcalde pero, al ver nuestro Sharingan activo, el miedo junto con el odio afloró y nos echaron del pueblo sin miramientos a base de palos, piedras y demás objetos contundentes.

CAPÍTULO TERCERO: UN NUEVO HORIZONTE

Después de ponernos a salvo de los campesinos, continuamos nuestro viaje.

Nos encontrábamos próximos a la Aldea de la Cascada la cual había quedado totalmente destruida tras un duro enfrentamiento entre las facciones más duras de los dos bandos.

Según me contaron los supervivientes de esa masacre, Naruto, poseedor del Kyuubi había llegado a liberar ocho de las nueve colas que su Bijuu tenía, demostrando un poder más allá que cualquier Jutsu conocido.

Todo aquel que se enfrentara contra el Jinchuuriki encontraba la muerte.

Las conversaciones fluían rápidamente confundiéndose con el paisaje y el tiempo mismo. Tras lo que nos pareció una eternidad, mi padre nos dio el alto para descansar y acampar allí para pasar la noche.

Según pasaba el tiempo con el clan, me mostraban diferentes técnicas de elementos diferentes para poder asegurarme no tener mucha desventaja al estar aprendiendo únicamente técnicas del estilo Katon.

Gracias a mi Sharingan de dos aspas, podía aprender y reproducir los sellos que me mostraban con rapidez pero punto y aparte era que a la primera me saliera la técnica.

Por aquellos momentos, ya había aprendido a elevarme en los cielos con la Ascensión Divina, había logrado además aumentar la presión de una zona con la Maldición Perezosa y estaba centrado ahora en el estudio del estilo Raiton aunque todavía no había logrado que la mínima chispa brotara de mi cuerpo para realizar una técnica decente.

Todos los miembros que allí estábamos, comenzamos a levantar el campamento y especializados cada uno en diferentes técnicas, encendimos fuegos con Katon, llenamos cantimploras con el Suiton…

La noche avanzaba perezosa sobre nuestras cabezas, me tocaba el turno en la zona frontal del campamento junto con mis padres, los tres con el Sharingan activo.

Desde que viajaba con el grupo, no había matado todavía a nadie puesto que siempre que había problemas, me mandaban a cuidar a los más débiles en el centro del campamento y era muy rato que algún shinobi lograra penetrar las defensas que el ojo Sharingan nos confería pero, aquella noche algo no salió bien.

Todo comenzó así:

La luna había comenzado a caer dando a entender que la noche tocaba a su fin y un nuevo día comenzaba lleno de esperanzas y promesas que se alimentaban al ver como los grupos revolucionarios Mitsura eran derrotados por la alianza Konoha/Arena.

Me había retirado a mi tienda puesto que estaba agotado debido al entrenamiento de la mañana y la guardia de la noche. Nada más entrar en la tienda me tumbé y caí dormido al momento.

No habría pasado más de cinco minutos (o eso me pareció a mi) cuando los gritos de lo que parecía una pelea me hicieron saltar del saco de dormir.

Salí de la tienda ya preparado y con el Fuuma Shuriken abierto junto con el Sharingan activo.

La escena que vi ante mi era sobrecogedora:

Tiendas ardiendo, personas demasiado mayores o demasiado jóvenes para luchar gritando y corriendo de un lado para otro o en el peor de los casos cayendo fulminados por un kunai perdido, un shuriken mal lanzado o un Ninjutu o Genjutsu lanzado hacia ellos.

Corrí hacia los que amenazaban a los niños que aun no sabían ni hacer un Kawarimi No Jutsu para evitar el golpe.

Lancé mi Fuuma Shuriken y gracias al duro entrenamiento, logré atravesar a uno de los Shinobis pero para mi desgracia se disolvió en una voluta de humo dándome a entender que era un Kage Bunshin no Jutsu técnica que quedaba demasiado alejada de mi Sharingan como para copiarla y poder realizarla.

Me coloque delante de ellos con la intención de proteger a los jóvenes aunque fuera con mi propia vida si fuera necesario.

Al verme, los Shinobis que nos atacaban empezaron a reírse, mofándose de mi corta edad. Uno de ellos, confiando y subestimando el poder del Sharingan, me atacó de frente con todo lo que tenía.

Mi mano se deslizó veloz hacia la cartuchera de los kunai, saqué uno y viendo los movimientos del enemigo pude contrarrestarlos con algo de dificultad pero eficazmente, sin recibir ninguna herida de gravedad.

Al ver cómo me movía, dejaron de reírse de mí y comenzaron a atacarme enserio con diferentes tipos de técnicas, ya fueran Ninjutsus, Taijutsus o Genjutsus.

La mayoría de los ataques pude esquivarlos pero todavía no tenía el control total de la anticipación de movimiento que me confería el Sharingan de dos aspas por lo que resulté herido en varias ocasiones con grados diferentes.

Enfurecido por lo que estaban haciéndonos, mis manos comenzaron a moverse rápidamente concentrando el Chakra en mi pecho para soltarlo en una gran llamarada.

Tras la secuencia de sellos, para estabilizar el Chakra, liberé un torrente de fuego más poderoso incluso que el Katon: Gokakyu no Jutsu.

Era la técnica que mi padre, dos días atrás había intentado enseñarme pero, por mucho que yo lo intentase, no lograba que saliera con la potencia necesaria.

En esos momentos, el Katon: Dai Endan salía de mi boca con toda su fuerza, provocada por la furia y el sufrimiento que sentía en esos momentos, al ver como mi Clan caía ante mis ojos sin poder hacer mucho más por ellos.

Debilitado por la cantidad de Chakra gastado y mareado por el olor a cuerpo quemado que flotaba en el aire no vi con claridad cómo uno de los cuerpos quemados seguía con vida y se dirigía hacia mí con una rapidez que algunos describirían de sobrenatural.

Mi cuerpo se movía despacio, notándome pesado ante el cansancio, aun con el kunai en la mano y por instinto propio, me moví lo justo para esquivarlo y en un momento de descuido por su parte, atravesé su garganta de lado a lado con el arma que yo empuñaba en esos momentos.

Sentí la sangre del cuerpo del Shinobi brotar por la herida con fuerza, manchándome la cara. Sentía como la vida del Shinobi lo abandonaba rápidamente sin haberle dado tiempo siquiera a arañarme puesto que todo había ocurrido mucho más deprisa de lo que en verdad había sentido.

Había visto cómo se movía con lentitud hacia mí, la trayectoria del arma del Shinobi la veía con total claridad aun sabiendo que la velocidad con la que se movía era la característica de un Shinobi de ese rango.

Retiré el cuerpo desangrado y sin vida de encima de mí con asco y repugnancia puesto que era la primera vez que acababa con la vida de un hombre.

Mis padres corrieron a abrazarme cuando la pelea acabó pero ni me di cuenta de ello, solo tenía ojos para el cadáver del hombre que se encontraba delante de mí y no respondía a nada de lo que ellos me decían.

Cuando el alba despuntó por fin, había dos pilas de cadáveres en el centro del campamento destrozado. Una de ellas correspondiente a los Uchiha muertos (más que en ninguna otra ocasión) y la otra correspondiente a los Shinobis atacantes.

A los nuestros los incineramos con nuestras propias técnicas Katon, mientras que a los otros debido al odio que en esos momentos sentíamos, los enterramos en una fosa común evitando así una posible enfermedad.

Me había ido recuperando poco a poco del shock sufrido pero no me recuperé totalmente hasta que no abandonamos aquel campo lleno de muerte y desolación.

Al preguntarle a mi padre el porqué había visto todo a una velocidad inferior de lo normal, me pidió que activase mi Sharingan y se lo mostrara.

Así lo hice y al ver su cara de asombro me asusté y comencé a buscar desesperadamente alguna superficie en la que pudiera ver mi imagen reflejada.

Encontré un pequeño charco de agua no muy lejos de donde estábamos y al mirarme en él, un chaval de dieciséis años me devolvió la mirada con unos ojos rojos y en los cuales se podían apreciar tres comillas en los ojos.

La presión ejercida en mí por el combate había hecho que despertara la tercera aspa de mi Sharingan permitiéndome ver los movimientos del rival sin esfuerzo.

Los días comenzaron a sucederse sin sobresaltos ni sorpresas, todo se mantenía tranquilo conforme avanzábamos hacia el País de la Roca, única villa que no había sido destruida por la alianza Konoha/Arena.

Los ataques del grupo Mitsura decayeron según nos adentrábamos en los terrenos de una de las facciones que lo integraban pero aún así, grupos extremistas del mismo movimiento, atacaban incluso a sus propias villas por el mero hecho de matar y llevar la desolación allí donde pisan.

Nuestro destino nos condujo hasta la Villa Oculta de la Roca, lugar de residencia de los Shinobis de la Roca y el Tsuchikage.

Nada más reconocernos, el Tsuchikage pidió audiencia con los miembros más importantes del clan (que en esos momentos el número se había reducido a más de la mitad desde nuestra salida del País del Fuego tiempo atrás). Para mi asombro, fui elegido junto a mis padres como representante de los Uchiha frente al Tsuchikage de la Roca para ir a hablar con él en persona y exponerle nuestra situación actual.

La reunión comenzó en la mansión del propio Kage que nos recibió con una taza de té de vainilla aromatizada con canela, sorprendidos ante esa reacción comenzando a tratar los temas que nos habían llevado hasta allí mientras bebíamos los cuatro tranquilamente de ese delicioso té aromatizado.

Al terminar nuestra exposición, el Kage se nos quedó mirando fijamente durante un buen rato hasta que nos dijo que a partir de ese momento, no tendríamos porqué seguir vagando de un lado para otro puesto que nos ofrecía la oportunidad de quedarnos en la Roca y formar parte de la Villa como si hubiésemos sido de allí siempre.

Asombrados por la noticia, le pedimos que nos diera algo de tiempo para comunicárselo al resto del Clan y darle una decisión en cuanto nosotros (todo el Clan) lo hubiéramos meditado.

El Tsuchikage, muy amable, nos dijo que nos lo pensáramos todo el tiempo que necesitáramos pero que mientras tanto descansáramos dentro de la villa donde correríamos menos peligro que si descansábamos fuera de esta.

Cuando salimos de allí, sentimos que un nuevo horizonte se abría ante nosotros, misterioso y desconocido y quizás, solo quizás, esperanzador para nuestros Clan.

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